La previa
El miércoles 4 de junio de 2014, sin querer queriendo, junto a un amigo nos
vimos vueltos en espectadores del preludio de una jornada penosa para la
provincia del Chaco. La
Multisectorial chaqueña, representantes de pueblos
originarios y otros sectores sociales y políticos reclamó la renuncia del
gobernador en funciones Juan Carlos Bacileff Ivanoff. Alrededor de 3.000
manifestantes se movilizaron ese día hasta la plaza 25 de mayo y fueron
reprimidos más tarde por la policía de la provincia, a instancias del Gobierno.
Fue noticia.
Estruendos
Fue un día nublado, de mucha humedad, con probabilidades de lluvia. Un
día frío y pesado. Casualmente, y por razones de estudio, con mi amigo cruzamos
el puente desde Corrientes para hacer algunas averiguaciones en Resistencia,
con total desconocimiento de que ese día estaba prevista una marcha de protesta
al centro de la capital chaqueña. El primer indicio sucedió cuando el
colectivo, ramal Barranqueras, torció su recorrido sobre el final del trayecto
para desviar la primera concentración de manifestantes que se estaba haciendo
frente al Hospital Perrando.
Cuando alrededor de las 9.30 atravesamos la enorme plaza principal 25 de
mayo nos encontramos con un operativo policial en plena formación. Un par de
cientos de uniformados bullían en las inmediaciones de la Casa de Gobierno y formaban
filas hombro con hombro, provistos de cascos, escudos y cachiporras, cortando
la calle frente a la Casa
de las Culturas.
El primer reportero gráfico recién llegaba al lugar. Un señor, bicicleta
a un costado, subió a la plaza en la esquina de Alvear y Mitre, precisamente
entre ambos edificios icónicos. Miraba azorado a su alrededor el espectáculo
del orden y reía con ironía.
- ¡¿Qué se esto!? ¡Vamos a invadir Irak o qué! Una vergüenza, ni que
estuviéramos en la dictadura, una vergüenza! ¡En plena plaza!
Entre pitidos de algunos agentes que desviaban el tránsito de la calle
para preparar el operativo se oyó la primera bomba de estruendo. Por la
atmósfera baja, el sonido retumbaba con especial fuerza. Era el eco de la masa que
se acercaba marchando por la avenida 9 de Julio.
El operativo de tránsito en marcha y los automovilistas que por cuenta
propia comenzaron a evitar el microcentro hicieron que el bullicio típico de
una ciudad capital pareciera apaciguarse. Hasta que un segundo estruendo
recordó por qué cada uno estaba donde estaba.
No había humo perceptible entre las nubes, ni olor a pólvora por la
distancia y poco viento, pero sí el sonido que estremecía por momentos al aire
húmedo y denso. De a poco el megáfono se oyó más cercano. Los vellos de los
brazos bajo la pesada campera se estremecían, tenían que, ante el ruido esporádico.
Las miradas fijas y disciplinadas de algunos de los policías se turbaban en
milisegundos; un espasmo de párpados, un apriete de manos al escudo. Era
tensión.
Habrán sido seis bombazos en la lejanía hasta que la primera columna
alcanzó el flanco suroeste de la plaza y la masa cobró rostros, banderas y bombos.
Alianza
Una unión, un pacto, un acuerdo para
ir juntos a por metas comunes. El Estado es una alianza entre gentes, es lo que
aglutina a una sociedad, en la que unos resignan y otros administran.
A medida que se acercaba la marcha de protesta, contra el gobierno,
contra el jefe del Estado, se consumaba una nueva rotura de una alianza. En la
manifestación, formada por representantes de muchos sectores, por los que
reclamaban salarios y los que reclamaban dignidad, había una alianza. Habían reivindicaciones
circunstanciales y las históricas, estructurales, las de los pueblos
originarios pidiendo que dejen de expulsarlos de sus tierras, de diezmarlos, de
someterlos. En la policía, formada en el muro ¿humano? que evitaría que la
protesta llegue a la casa de Gobierno, había también una alianza; entre los
uniformados, con el gobierno de turno. En lugar de un solo pacto social, varios
pactos.
Había un policía joven, de mirada honda, despersonalizado en el uniforme,
en la fila de uniformes uno al lado del otro, de agentes del Estado hombro con
hombro dispuestos a defender al Estado de los ciudadanos. Tenía algo que lo
distinguía, un detalle mínimo a la vista: en su mano izquierda, apoyada sobre
el escudo y sosteniendo junto con la derecha la cachiporra, tenía un anillo,
una alianza.
¿Cómo habrá salido de su casa ese día ese policía, esposo, ciudadano? ¿Pensó
esa mañana cuando se despertó que ese día le podría dar un cachiporrazo a,
quizás, su vecino, su primo, su conciudadano? ¿Lo habrá pensado quizás el día
en que ingresó a la academia de policía buscando un sueldo estable a falta de
otro trabajo? ¿Se habrá imaginado cuando le dijo “sí” a la persona a la que
ama, que algún día podría volver a su casa para encontrarla después de haberle
reventado la cabeza a un díscolo del sistema opresor?
En el brillo de ese oro sólido y pulido, contrastado por la opaca y
frágil carne del que lo portaba, ya se podía ver el reflejo de la turba
acercándose, con pancartas, bombos, palos y cascotes para enfrentar a las
cachiporras y las ithacas.
Loca Libertad
Libertad,
con mayúscula.
Mientras se callaban las calles y
sonaban los bombos y bombas, y la policía se ponía firme en la trinchera
infranqueable, todavía habían transeúntes inconmovibles que deambulaban por la
gran plaza-parque.
Una señora mayor y humilde caminaba
por la vereda de la plaza al encuentro de la fila policial. Unos diez pasos
antes de toparse con ellos, la señora, que traía una bolsa negra quizás con sus
aperos, la dejó en el suelo, se palpó el vientre, se levantó el pulóver y se
bajó el pantalón jogging. La señora dobló la espalda inclinando la cabeza hacia
abajo mientras bajaba el pantalón hasta los tobillos y apuntando sus blancos glúteos
hacia los uniformados eyectó una chirriante descarga de orín.
En ese momento en el lugar habían
alrededor de quince reporteros gráficos, unos cinco empleados de la Casa de la Memoria parados al abrigo
de la parada de colectivos deliberando sobre la protesta que se avecinaba y el
accionar policíaco. Lo mismo hacían algunos tertulianos del bar de la Casa de las Culturas mientras
saboreaban un expreso.
Ninguno, ni los policías, ni los
reporteros, ni los empleados o los comensales se inmutaron. ¿Por qué habrían de
hacerlo? La Libertad
es libre.
La descarga de la señora no habrá durado más de diez segundos. Concluyó y
se subió el pantalón nuevamente, se bajó el pulóver, tomó de nuevo su bolsa y
volvió por donde había venido.
Fue simple, quizás inconciente, pero todo un acto de transgresión. Lo
hizo exactamente en frente del cordón policial, en sus narices. Allí quedó,
sobre las lajas de la vereda, la mancha húmeda y vaporosa de la rebeldía. Unas
horas más tarde, en esas inmediaciones, habría sangre de manifestantes y
uniformados, producto del tumulto, la agresión y la represión. Pero esa viejita
fue la única verdaderamente libre, (des)alienada.
“Que se vayes”
La protesta fue movilizada por la
“Multisectorial”, que es como se conoce a la agrupación de sindicatos, partidos
y organizaciones sociales que aglutina los reclamos en contra de la política
del actual Gobierno. La heterogeneidad de la agrupación es tanta como la
diversidad de reclamos que levantan.
Desde un principio no fue difícil
notar a las dos grandes facciones que componían la masa manifestante: la de los
empleados estatales con UPCP a la cabeza, y la de los pueblos originarios Qom y
Wichí. La manifestación era una sola, pero los reclamos eran varios. Por un
lado, los estatales al mando de un equipo de sonido insistieron en que no se
suba a la plaza, que se permanezca en la calle, ya que la plaza calificaba como
espacio público y era factible que ser desalojable. Pero la masa de los pueblos
originarios, venidos en colectivos de distintos lugares del interior más
profundo del Chaco, no oyeron este pedido y avanzaron por la plaza con la
intención de rodear el cordón policial. Se toparon con la rápida movilización
de la policía montada, que formó un arco de contención a un costado de la
estatua del General San Martín.
Un acto se desarrollaba en la calle, con camión de sonido y palco
improvisado; el discurso: salarios dignos con un aumento realista, mejores
condiciones de trabajo, detener la inflación, etcétera. Otro acto era en la
plaza, con un megáfono: los originarios pidieron que dejen de matarlos, que no
los echen más de sus tierras, que no las vendan a extranjeros, que los
atiendan, los curen. Denunciaron cinco siglos de genocidio, a veces directo y
otras, como ahora, encubierto.
Un referente de la comunidad Qom de Juan José Castelli fue conciso –en su
tosco español que, como queda claro, no es su lengua materna: “Si no saben
gobernar, que se vayes”.
- Policías, gobierno del Chaco, diputados, somos originarios: 522 años de
opresión de todos los gobernantes en este Chaco. Hemos sofrido. Cuando estaban
los militares, cuántos compañeros que han muerto y hoy vuelve este gobierno,
quiere matar a los pueblos originarios. Hay una política oculta que tiene este
gobierno. Si él no sabe gobernar que se vaye. Que se vaye este gobierno.
Nosotros no vamos a enfrentar porque ustedes están en poder, ustedes tienen su
vida, pero los indígenas no tienen, somos pobres. Somos los últimos pobres de la Argentina. Este
522 años, cuando se fue Capitanich fue firmado un convenio con los árabes, para
entregar más de 120.000
hectáreas para los árabes. Por eso, acá están los
pueblos, la frontera de Chaco. Porque aquí están oro, por eso los gobernantes
quieren que se terminen los originarios, eso es que no queremos. No permitimos.
Señor gobernador de la provincia, basta de presiones. Y acá, este gobierno del
corazón [Nota: un corazón rojo fue el símbolo de campaña del actual gobierno],
son faraones. Quieren que los pobres se arrodilla a la política de él pero
nosotros no, debemos recuperar lo que nosotros perdemos. No tenemos aguas, no
tenemos montes, fue entregado todos. Entregado todo a los terratenientes,
nuestra tierra, nuestro territorio. Por eso venimos acá, nosotros no vamos
pelear con ustedes, queremos una solución. Y si no tienen solución, ¡que se
retire este gobiernos! Todo el pueblo del Chaco, acá estamos los trabajadores.
En la zona del impenetrable no hay salud, no hay ni jeringas, los hermanos
están sufriendo, no están dando la polentas, solamente agua. Eso es lo que
quiere el gobernador, para que nos vayemos, para que los sojeros que vengas.
Ese el que quiere el gobierno. Pero nosotros no, no permitimos, más vale que se
vaye él si no sabe gobernar. Quiero un diputado que venga acá, tienen que hacer
algo los diputados, porque cuando hay política se van donde están los pobreríos
y hoy los diputados tienen que estar en esta plaza. ¡Que se vaye este gobierno!.
La Multisectorial
pedía a altavoz que no se suba a la plaza, la intención no era confrontar con
la policía, no era buscar pleito, perecería. Aún así, hubo manifestantes de los
pueblos originarios con cascotes y palos, sosteniéndolos a sus espaldas
mientras avanzaban a ceño fruncido en dirección a la montada. Un adolescente
con rasgos indígenas, de buzo con capucha, sostenía un palo entre las manos. Estaba
parado junto al referente Qom mientras daba su enfático discurso, megáfono en
mano. El joven tenía la mirada totalmente perdida. La boca entreabierta,
babeante, cada tanto esbozaba un atisbo de sonrisa y se bamboleaba de un lado
al otro.
En otro de los discursos, otro referente de los pueblos originarios fue flagrante:
- Esto gobernador, le puedo decir, es traficante de drogas la policía,
que usted le manda para que usted vende la droga en la capital de Chaco.
Junto al hambre, la sed y las epidemias de enfermedades
infectocontagiosas, los estupefacientes se suman a este cocktail de vejaciones
a la dignidad de un pueblo, que con la indiferencia del Estado y de la sociedad
terminan de coronar el sostenido genocidio que ya lleva 522 años. Los indios no
solo son pobres, excluidos, vilipendiados, ahora también los jóvenes se drogan.
Los ancianos piden ayuda: no quieren que les pase eso a sus hijos, a sus
descendientes, a las semillas de su identidad histórica; y la respuesta que
obtienen es más represión sistémica, simbólica y material, exclusiva. La
miseria humana del neoliberalismo en su máxima expresión.
El chicle de la patria
No, no el cliché: el chicle.
El cordón de infantería de la
policía del Chaco iba desde la vereda de la Casa de las Culturas, atravesaba la calle Alvear,
subía a la plaza hasta unos 20
metros antes de la estatua ecuestre del General San
Martín, en el centro. Entre esta y los policías de a pie, completaban la
formación un arco de policías a caballo.
Los aperos de estos, por cierto, se correspondían más a los de la labor
rural que a los de una fuerza del orden. Agrupaciones tradicionalistas tenían
más uniformidad y presencia que los de la montada del Chaco. Algunas riendas
eran de cuero, otras de nylon. Algunas monturas de gomaespuma de colchoneta,
otras forradas, pocas verdaderamente apropiadas. Poca prolijidad para una división
de una fuerza del orden.
Detrás de la formación, sobre la calle y frente a la Casa de las Culturas, un
camión hidrante preparado para lavar a presión los motivos de la protesta. Por
un costado del camión chorreaba un hilo de agua, una fuga que discurría por el
asfalto hasta la cuneta y se esparcía por ella. En el Impenetrable, de donde
venían muchos de los Qom y Wichís que se manifestaban a escasos 50 metros del camión, ese
hilo de agua vale oro. En el interior del Chaco, donde el acueducto no llega
más que en forma de eterna promesa, denuncian que la falta de agua mata. En
Resistencia, el gobierno dispuso miles de litros de agua para que, en caso de
ser necesario, se acalle a esa denuncia.
Entrado el mediodía, la Multisectorial se
dispuso a –recién- comenzar formalmente el acto. Para ello, por el altavoz se
invitó a todos a entonar el Himno Nacional Argentino.
“¡Libertad, libertad, libertad!”, “ved en trono a la noble igualdad”, “al
gran pueblo argentino ¡salud!”. Solo un par de policías comenzaron a cantarlo.
Ante la falta de acompañamiento de sus compañeros, al cuarto verso se callaron.
Una espiral de silencio obró sobre los uniformados. La solemnidad de sus
rostros impasibles debiera competir con la solemnidad de las estrofas del
himno, quizás, pero no había chance: al menos ocho de cada diez policías
mascaban chicle. Lo mascaban desde antes, sí, pero incluso en el momento en que
sonaba el himno, la canción patria, esa que juraron defender, esa que cantaban
en ese preciso momento y frente a sus narices aquellos que pedían dignidad,
aquellos a los que momentos después harían sentir la solidez de sus bastones.
El cordón policial tenía a sus
espaldas a la Casa
de Gobierno. Le ponía sus pechos a los ciudadanos disconformes, que
peticionaban y protestaban, que querían llegar a la casa pública. En el centro
de la plaza, la estatua de San Martín, el padre de la Patria, rodeada en su base
por aborígenes, el origen de la patria. San Martín, en vida, marcó un camino;
su estatua, allí, apuntaba hacia la
Casa de Gobierno. Casualidad.
Es un cliché decir “patria” con
solemnidad como símbolo de unión de un pueblo, de sus valores, de sus
principios. Pero el símbolo para algunos se había vuelto chicle: elástico,
absorbido en su esencia a mordiscos y finalmente escupido y pisoteado.
El testimonio se correspondió con las horas previas al brutal desenlace.
Alrededor de las 13, junto a mi amigo decidimos abandonar el lugar, con recelos
sí, para continuar con otras tareas que nos apremiaban. No muchos minutos después
la manifestación fue fuertemente reprimida en la plaza 25 de Mayo de
Resistencia, con balas de goma -y de las otras, denuncian-, gases lacrimógenos
y agua a presión. El saldo de la faena fue de más de 12 detenidos, al menos 50
heridos, entre otras amarguras. Fue noticia.
© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI