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11 marzo 2014

El ciclo de la información: 
El periodista primero la consume, la mastica, la saborea, la deglute. La información se procesa, se digiere, se extrae lo mejor de ella, hasta que después de un rato hay un producto que está pidiendo para salir -producto, de un gran esfuerzo-. Es allí donde entra en juego el papel.
Entonces llega el momento en que se la puede revisar, observar minuciosamente, buscar el detalle; pero al final se la tira. Enseguida se nota que es efímera: al fin y al cabo padece de vejez inmediata.
Al día siguiente sucederá lo mismo. Pero chake, ¡menuda preocupación si un día no sucede! Aunque algunos la califican de desagradable, surge de un proceso totalmente natural, ergo, saludable. A cuidar el olfato -periodístico- y a no huirle al mal olor, que peor es no enterarse.


© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI
Vivir en la ilegalidad

Cuando pagamos por una revista, un diario, un libro, ese valor no sólo cubre el costo material del producto, sino que un cierto porcentaje corresponde a los derechos del autor. Es decir, cada obra-invento que se vende legalmente, es lucro para quien lo creó y/o lo distribuye. Esta regla básica del mercado no excluye al software.
Sin embargo, en Argentina (como en la mayoría de los países en vías de desarrollo), la piratería informática está a la orden del día, y al parecer, no nos molesta. Quizás no nos parezca tan inmoral utilizar, consumir, productos protegidos por derechos de autor pero que han sido oportunamente pirateados mediante copia, modificación y/o distribución ilegal.
El software privativo por excelencia es el sistema operativo Windows, de la empresa estadounidense Microsoft, propiedad de Bill Gates (empresario que llegó a ser el hombre más rico del mundo a finales de los años 1990 y principios del 2000).
Windows, y la gran variedad de software producido por Microsoft, encabezan la lista de software pirateado. Es muy probable que la PC que usted utiliza en su casa cuente un Windows ilegal, o más de un programa o aplicación en estas circunstancias.
Pero, si el software privativo no es la única alternativa, ¿por qué lo seguimos utilizando? Porque desde el comienzo mismo de la informática personal, cuando la computadora casera era un mero hobby, ya existía el software colaborativo, que más tarde devino en lo que hoy conocemos como software libre o licencia GNU/GPL.
Si contamos con esmerados productos que son totalmente libres para utilizar, copiar, modificar, distribuir, que son de excelente calidad y brindan las mismas o superiores prestaciones con respecto a ciertos softwares privativos, la pregunta surge nuevamente ¿por qué seguimos usando estos últimos? Y la respuesta es fácil: por comodidad.
Salvo algunas muy pocas excepciones (que desconozco, pero intuyo), en la mayoría de los ámbitos donde se utilice o se enseñe computación, este término es totalmente indisociable de las palabras Windows, Word, Internet Explorer, Microsoft y similares. Son todas palabras que refieren a software privativo, es decir, que se venden bajo una licencia o contrato de utilización.
Si usted compra un libro, una novela, un cuento ¿debe pedirle autorización al autor para prestárselo a su vecino? Y si usted quiere resaltar pasajes del texto con un fibrón, ¿puede hacerlo o debe pedir autorización? No, no tiene por qué hacerlo, porque desde el momento en que usted lo adquiere, ese producto es suyo.
Obviamente no puede copiar y atribuirse la autoría de esa obra, eso es ilegal. Pero el software de licencia GNU/GPL es libre de copia, modificación y distribución. O sea, que usted puede tomar un programa de software libre, modificarlo, agregar su nombre a la lista de autores, traducirlo, mejorarlo, copiarlo en un CD o cualquier otro medio o soporte, o transmitirlo vía internet, y regalárselo a quien usted quiera, sin ningún prejuicio para el autor original.
Quienes se encuadran en la filosofía del software libre, no tienen por objeto el lucro, ni mucho menos la dominación del usuario por parte de un código cerrado y privativo. Esta filosofía promueve la solidaridad y la humildad, pues se considera que quien tenga aptitudes como para mejorar nuestra obra, puede hacerlo perfectamente y distribuirla bajo su nombre, siempre respetando y señalando la procedencia del producto original, por una cuestión de honor meramente.
El software libre es moralmente correcto. No se piratea, se comparte de corazón y sin restricciones. El software privativo promueve el individualismo y lucra con la falsa venta de productos, que en realidad no pertenecen por completo al usuario, sino que la empresa que lo codificó se guarda la llave para retocar, modificar o arreglar el software.
Los usuarios de software libre tenemos la conciencia limpia, no robamos a nadie. Usted, ¿está regla con la ley?


© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

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