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05 abril 2015

Otoño


Murmuran las gotas su humor replicado en el techo, las hojas, los charcos del suelo. Tras la cortina clara, la ventana humedecida borronea el frío verde de afuera, condenado ya por el cambio de estación. Llueve cancinamente. ¿Qué habrá pasado con los pitogüé que tenían su nido acá cerca? ¿Por qué no cantan, no hacen gárgaras siquiera? Tanto habrán crecido... Tiembla un trueno bobo, perdido en las postrimerías de la tormenta que fue hace horas, que ahora es lluvia mansa. ¿Qué será de la vida de aquel carrero que estaba anoche en esa esquina cuando el último colectivo pasó por ahi, y la llovizna seguramente ya le traspasaba el viejo pullover? La lluvia se vuelve un poco más fuerte. La gata, que percibió cierta lucidez en las cejas que temblaron por la reflexión, se acerca con refriegos por afuera de la colcha. ¿Qué será de esa antigua casona roída por el abandono, que hasta ayer parecía derrumbarse de un todo? ¿Qué habrá sido en esta noche de lluvia insensible, que solo sabe de golpear y no pide permiso? El ruido sube, más copioso ahora. Un auto se escucha furtivo por la calle encharcada. Otro trueno acompaña al primero, y un tercero se cuela enseguida, más cerca. Tres son multitud, y renuevan la condición; afuera las gotas hacen burbujas en los charcos, anuncian agua para rato. ¿Qué será de aquel amor, que solo unas semanas atrás se despedía con el verano? ¿Lloverán en su mente reflexiones tormentosas por estas horas, o se hundirá en la almohada en otro sueño inducido pero despreocupado, como una novela rosa? La gata ronronea sobre los pies al borde de la cama, se enrolla y aprieta los ojos. Ya se desaguó medio domingo y la pachorra no se gasta.


© 2015 DIEGO PETRUSZYNSKI

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