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21 mayo 2010

Uff, largo tiempo sin un texto. Ocupado che, con ocupaciones. Excusas vanas, perdón...

Hace rato que quería plasmar algo sobre el cumpleaños de mi país, y no me salía nada. Espero que esto que me está saliendo, al menos, no sea tan malo.

Releía hace poco algunas publicaciones anteriores, y me quedé un rato en aquella que escribí luego de la “célebre” carta a la Presidenta (febrero de 2009). Y la miraba, la leía, y decía: “Qué jovencito tan patriota che, casi repugnante” -la palabra “facho” resonaba en mi mente, por su referencia al nacionalismo, pero no era el término exacto me parece-. ¿Por qué? ¿Cambié yo en este año y pico? Y... Obviamente, como todos, como todo. Pero no dejé de ser menos patriota, creo, quizás soy más prudente en mi efusividad; más pudoroso. Y me avergüenzo de eso, de no sentirme parte de “todos”, sí de “algo”, pero no de quienes lo conforman. Es un poco egocéntrico quizás mi parecer, porque al fin y al cabo se podría decir que me quejo porque no son como yo. Pero es que me contaron que antes sí eran más los parecidos a mí, así lo quise entender al menos.

En ocasión del 199 aniversario de la gesta de Mayo, recuerdo que en los anuncios de los preparativos para el Bicentenario, Canal 7, la Televisión Pública, invitaba a los ciudadanos a usar la escarapela nacional desde ese aniversario y hasta el 31 de diciembre del 2010, como símbolo de la fiesta que se venía (que transcurrimos). Me encantó la propuesta, me enamoró realmente, y decidí ponerla en práctica. “¡Oh pequeño nacionalista que osas esbozar en tu pecho vuestra devoción al terruño natal! ¿Por qué lo haces?”, sentía que me indagaban las miradas. Bueno, convengamos que soy un poco perseguido también. Pero lo cierto es que no vi a nadie más usar la escarapela, al menos a causa de ese motivo por el cual yo la usaba. ¿Quizás porque el llamamiento lo había hecho el “gobierno”? Dios mío. Pero aparte, ni siquiera a funcionarios, oficialistas u opositores, ni a los medios –funcionarios sociales al fin-, los vi con las cintitas adornando sus vestimentas. O al menos si hubo unos pocos, no los percibí.

En fin, fue algo dificultoso acostumbrarme a ponerme la escarapela todos los días, a no dejarla en la otra remera, campera o buzo, pero con el tiempo me acostumbré. Y cada vez que me preguntaban: “¿Por qué llevás la escarapela?”; yo les respondía: “por el bicentenario”, e introducía una breve explicación de la propuesta a la que me había afiliado, de llevarla hasta la víspera del 2011. Hace poco más de un mes perdí mi escarapela, no se adónde quedó o adónde se me cayó, no la encontré. Era un pin, celeste y blanco, muy original y práctico a la vez. Y no me invadió la desesperación de ponérmela a la mañana temprano, y a decir verdad, la busqué poco; no sé por qué. Luego me compré una de cinta, redondita, y al final la usé poco en ese tiempo, hasta que el 18 (comienzo de la semana de mayo), sentí otra vez la necesidad de usarla. Sin embargo, ese día temprano también me había olvidado de ponérmela, por lo que, cuando llegué a la facultad, me serví de una de las que repartía el Centro de Estudiantes. Y mis compañeros también hicieron lo mismo, y sacaron varias, y uno hasta me dijo “soy más patriota que vos porque tengo más escarapelas”; y un frío gélido me recorrió la columna. Era un juego; celeste y blanco, un juego.

Todo esto me lleva a hacerme una serie de preguntas, como por ejemplo, ¿cuándo dejamos de importarnos por lo que somos? ¿Por qué ya no le damos bolilla a nuestros símbolos? Si no fuera por las publicidades de la temporada mundialista, ¿se podría decir que al argentino le gusta ser argentino? ¿Es tan estúpido decir que me gusta mi país? Decirlo todos los días, ser repetitivo, porque al fin y al cabo este país es lo que nos une, lo que nos identifica, nos cobija, permite que nos abracemos y nos digamos “hermanos”, no sólo entre nosotros, con nuestros países hermanos también, con Latinoamérica con quien queremos creer que compartimos un rebrote de fraternidad. “Ah no, pero a lo que tenemos que apuntar es a la Patria grande, como la que querían nuestros próceres, sin fronteras, etc...”. Sí, buenos argumentos, ciertos. Pero, ¿Por qué somos capaces de ser tan fans de un equipo de fútbol, de una banda de rock, de un ¡ícono sexual!, y al mismo tiempo decir que este país es una mierda, que no da para más, que está reventado, que hay que irse porque el futuro está afuera? No son todos, pero a muchos que lo dicen le dan cámara y muchas veces asentimos con la cabeza. O lo que es aún igual de perjudicial, decir que queremos un país inclusivo, participativo, justo, ¡pero excluir a los que no nos gustan o no piensan como nosotros! Enemigos del bien común, defensores de los beneficios de unos pocos, oligarcas, fachistoides, ultraderechistas, reaccionarios, ultraizquierdistas, de izquierda revolucionaria, comunistas, ¡milicos!, ¡peronchos! ¡gorilas! ¡montoneros!... Parece que todo eso somos –y me quedo corto- pero, digo ¿Y los argentinos? ¿Quiénes somos? Y... ¡todos! Sí, pero ¿y los patriotas? Y... por ahí andan. Después también hay unos boludos que usan escarapela fuera de temporada, pero no les hagas caso...

Hace poco encontré en la casa de mi abuela unos diarios viejos, reliquias. Fechados en Posadas en 1933, son ejemplares de El Territorio, del por entonces territorio nacional de Misiones. Y en uno de ellos había la publicidad de una librería de la época -muy importante se ve- que anunciaba con la mejor retórica publicitaria de esos tiempos, que contaba con banderas de variados países para los festejos del 25 de mayo. ¡Banderas de otros países para festejar la fiesta patria! Misiones, sabrán, es prácticamente tierra de inmigrantes, y estos, festejaban la Revolución que dio origen a es país de las oportunidades, el que les salvó de la hambruna y la indigencia, recordando también sus países natales; sabían de donde venían, pero tenían la firme convicción de defender lo que ahora les tocaba ser, y criando ya seguramente a sus hijos nacidos acá. Qué grata sorpresa me llevé al descubrir que los argentinos por opción eran así tan, tan argentinos en esos tiempos.

¿Cuántas veces se cumplen 200 años? Sí, ya sé, recontra archi conocida y obvia la pregunta... Permítanme reformular la cuestión, ¿Cuánto creen que dura festejar 200 años? Un refucilo en el cielo de la historia. Entonces me permito hacer otra pregunta ¿Qué tienen pensado hacer el día del Bicentenario? Bueno, supongamos que hay planes –creo que la mayoría tiene planes, y no todos relacionados precisamente con el fin de semana largo-, pero ¿y después de la fiesta?, el día 26 de mayo... ¿Seguirá existiendo la Patria? O tendremos que esperar hasta el 25 de mayo de 2011 para ir otra vez a chupar frío a la plaza, soportar el himno aburrido que lo cantamos como un ateo rezando el Padre Nuestro, escuchar el discurso vacío del funcionario de turno y, eso sí, tomar un buen chocolate caliente con unos ricos pastelitos, bien de Mayo. Perdón, me estaba olvidando, junio aún será un apéndice de patriotismo (el mundial). Espero no errar al creer que junio será un apéndice y no que mayo será una vigilia.

Qué pesada esa palabrita... “Patria”. ¿Tan mal suena? ¿Tanta vergüenza causa? Al igual que nuestros símbolos... ¿Por qué no se canta casi Aurora en el izamiento de la bandera de todas las escuelas? Y cuando me refiero a “no cantan”, quiero decir que no mueven los labios, no hacen el mínimo esfuerzo. Bueno, si Aurora no, pongamos otra, como Salve Argentina, que es quizás la más bella canción a la Bandera que se haya escrito. A mi un maestro en la primaria me enseñó que cuando uno ve que se está izando la bandera, hay que pararse firme –aunque estemos en el medio de la calle- y demostrar solemne respeto a nuestra insignia. Qué caos de tránsito, ¿no?. Con el apuro que todos tenemos encima. No se le puede obligar a alguien a querer a su patria, pero se le puede enseñar, intentar al menos. ¿Cuándo fue que le perdimos el interés –por no decir el respeto- por nuestros emblemas? ¿Quizás fueron los del gobierno militar que nos los robaron engañándonos? ¿O la hegemonía del capitalismo y la globalización que impuso el Pop como ritmo dominante y el verde Dólar como color favorito?.

Tenemos el bicentenario que nos merecemos, oí decir por allí. ¿Yo me lo merezco? Qué soberbio preguntármelo. ¿Nos lo merecemos entonces? Es que creo que no, que no tenemos por qué merecérnoslo así, no tenemos por qué ser tan maleducados como para despreciar groseramente el origen de nuestra libertad, de nuestra autodeterminación, del derecho de acertar y de equivocarnos y de escribir nuestros propios manuales de historia. No se por qué tendríamos que merecer sentirnos disgustados por honrar a nuestros próceres, a nuestros padres, nuestros antepasados, a los que nos precedieron y nos dejaron esto, que no será lo más bonito del mundo –y eso dejemos que lo piense el resto del mundo-, pero es nuestro. Es nuestro pedacito de tierra en el que edificamos con nuestras propias manos nuestros valores, nuestra cultura, nuestra vida. No seamos desagradecidos, uno no elige donde nacer, uno tiene el privilegio, y eso conlleva derechos y deberes, indefectiblemente.

Qué cantidad de cosas lindas nos pasaron en estos 200 años, ¿no? Sí, pero cosas feas, muchísimas. Y siempre estas últimas tienen más tapa en los medios, que son el “primer borrador de la historia” hube leído en algún lado. ¿Tenemos motivos para sentirnos orgullosos de estos 200 años? ¿Del centenario por ejemplo? Bueno, las desigualdades sociales, la falta de libertades, la injusticia, el poder en manos de unos pocos, y todo eso que imperaba allá en ese lejano 1910. Sí, ya lo sabemos. Y para este Bicentenario, ¿cambiaron las cosas? ¡Puf! Un montón... Pero, oh casualidad, siguen habiendo muchos de los mismos males; mejor o peor atendidos, no dejan de ser males a erradicar. La vida siempre nos da nuevas oportunidades, no las dejemos pasar, no les carguemos más las mochilas a nuestros sucesores. Patear la piedra no es sólo retrasar el problema, es fundamentalmente retrasar la solución, más allá de que los problemas empeoran. Hoy tenemos las herramientas, los valores, las oportunidades de cambiar la historia, de dirigirnos al Tricentenario como un pueblo unido, fraterno, solidario y pujante, haciendo valer toda esa idea de progreso que caracterizó al primer centenario. ¿Tenemos las ganas para hacer todo lo que hay que hacer? Mmm... Ahí está el quid de la cuestión me parece. Esa falta de interés, esa pereza muchas veces disfrazada de falta de tiempo, falta de capacidad o de organización. “Vivamos el ahora, mañana quién sabe si seguiremos vivos”. ¿Y si seguimos vivos?

¿Qué nos queda por hacer entonces? ¿Por donde empezar? ¡Discutámoslo! Expongamos tesis, antítesis, y saquemos síntesis. Convenzamos con nuestros mejores argumentos al otro, y dejémonos convencer también porque nadie es dueño de la verdad absoluta, las verdades son colectivas, no surgen de la nada o de nadie, se construyen entre todos. Reaprendamos a hablar y a callar para escuchar, pero fundamentalmente aprendamos a comprender, intentemos comprender al menos, lo que nos decimos entre todos.

Cuestiones como el hambre, la indigencia, el desempleo y la pobreza, en un país preparado para alimentar a todo un continente. ¿Cómo pueden ser? “Quitémosle a los que tienen”. ¡No! Démosle a los que no tienen. Tenemos una Patagonia riquísima, con un suelo donde también se pueden producir todo tipo de productos, donde hay posibilidades no sólo de subsistir, sino también de crecer –sino fíjense los chilenos, los noruegos, los canadienses, con climas extremos también-; el frío no es excusa, sino recuerden a los primeros colonos que allí se asentaron o a los que poblaron el Chaco, Formosa, Misiones, Santiago y Santa Fe, que lucharon con cuanta enfermedad y contratiempo tropical les apareció, y a pesar de que lo siguen haciendo, viven, y pueden vivir mejor todavía. La Puna, los Andes, las sierras, la Mesopotamia y los bosques también existen y son buenos. Dejemos de pensar que sólo las pampas nos pueden mantener. No todo está en el centro y al este. Hagamos honor a nuestra constitución “republicana y federal”, planifiquemos a futuro; descentralicemos y distribuyamos. ¿Por qué en un país federal le mandamos todo al Estado y éste reparte lo que le sobra? ¿No es exactamente al revés el concepto de federalismo? Satisfacemos nuestras necesidades y ponemos en común lo que nos sobra. Por supuesto que no es así tan simple, pero provincias como las del noroeste tienen que recibir proporcionalmente lo que reciben las del centro, que son mucho más ricas ¡Y para recibir un poco más tienen que mendigar! Eso es unitarismo y autoritarismo de un poder central que ignora muchísimas veces la realidad del interior. Y no me refiero sólo al gobierno –ni mucho menos a este gobierno particularmente-, los medios masivos como industrias culturales también tienen mucho que ver. ¡Los únicos 5 canales de aire están en Buenos Aires! ¡Los 5 canales de noticias también! Y cuando nos enteramos que hay hambre y pobreza o algún hecho inusitado que sucede en alguna provincia del interior –ni hablar si son las de frontera-, los informes muestran esas zonas del país como si fueran otro país, partes de una cultura incompatible con la dominante (el yeísmo por ejemplo). ¿Tendremos algún día canales de Aire con alcance nacional en Córdoba, Tucumán, Neuquén, Corrientes o Comodoro Rivadavia? ¿Podrá el porteño enterarse del estado del tránsito en la avenida circunvalación de San Juan, o en la costanera de Rosario? Porque recordemos que los que “nos informan” –al interior- también son víctimas de la desinformación.

¿Podemos proponernos dejar de lado la trampa de ganar elecciones haciendo campaña en un 10% del territorio nacional? Gobernante al que se le ocurra cambiar esto, ¿lo hará más allá del descenso de popularidad en la metrópoli? ¿Reubicaremos algún día a toda esa pobre gente que se va hipnotizada por las luces de la gran ciudad y termina viviendo en los basureros de la misma? No es necesario separarse de la gran ciudad y de “la provincia”, la justicia no tiene por qué implicar castigo, sedición, guerra civil, -Dios nos libre-. Creemos conciencia, de que esta tendencia “bicentenaria” puede cambiarse por algo mejor y más parejo.

¿Qué ritmo nacional escuchamos hoy en los boliches? ¿La cumbia, el reggaeton, el rock? No nos tiene que gustar sí o sí el folklore a todos, pero ¿Pensaron alguna vez qué difusión tienen los géneros argentinos en otros lugares del mundo? No sólo el Tango, que hasta en los entretiempos de los partidos de “Fútbol para Todos” se lo representa en los spots del gobierno como la música representativa del país. ¡Qué envidia me da a veces mirar la TV brasileña por ejemplo y ver tanta pluralidad geográfica puesta en escena. Cómo alimenta el alma del provinciano ver un pedazo de su lugarcito y poder mostrárselo a los otros.

Y yendo a otras ramas de la cultura, ¿los dibujos animados? ¿las películas? ¿las series? ¿Cuáles son, por lo menos, argentinas? Una muy pequeña porción de la cual prácticamente toda es producida en la Capital Federal –recuerdo a los Peques como excepción en este momento-. Entonces nuestros hijos se crían aprendiendo a hablar como en México y Venezuela (donde se traducen los contenidos), y mientras en la escuela la maestra se esfuerza por enseñarles que San Martín cruzó los Andes, la tele en un muy entretenido programa extranjero les enseña que George Washington luchó por la independencia y que la guerra civil fue a causa de la esclavitud. Tienen una mínima noción de qué es la Nasa aún estando en el Jardín de infantes, pero del Conicet se enteran, con suerte, en la secundaria. Habría que colgar un gigantesco cartel en la línea del Ecuador que diga: “¡Cuidado! Mundo en globalización”.

Yo tiro algunas propuestas, tiren ustedes las suyas al viento también, pero no a cualquier viento, tírenlas a un remolino, para que no se vayan tan fácil y queden dando vueltas hasta que se solucionen. Ojo, no dejo de reconocer que estas propuestas están profundamente contaminadas por mis ideales, no son para nada objetivas –y no es necesario que lo sean como para considerarse tratables-. Yo apelo a la reflexión, es mi intención bien intencionada, nada de inocencias. Y me encantaría que todos también podamos decir y dar a conocer nuestras propuestas, y poder discutirlas, mejorarlas, y descartarlas si se considera apropiado, pero por sobre todo lo que más me encantaría, es que las resultantes, se lleven a la práctica, y que sean para el bien de todos. Dijo una vez Eduardo Galeano (escritor uruguayo): “la utopía está en el horizonte. Caminamos dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá ¿Entonces, para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Yo le agregaría, para reforzar lo que vengo diciendo, que cada paso que damos, deja una huella. ¿De qué tamaño son nuestras huellas? Cabe preguntarse.

Un manifiesto nacionalista me resultó. ¿Nacionalista como Hitler, como Mussolini, como Fidel Castro o como George Bush? No, no es esa la intención; nacionalista como San Martín, Moreno, Belgrano. Y como Saavedra también, como Castelli y Liniers, como Juan José Paso y Carlos María de Alvear. Aquellos que fueron nacionalistas cuando todavía ni siquiera éramos Nación, y los que no lo fueron, porque recordemos que en aquellos tiempos todos eran patriotas pero no argentinos, sino hispanoamericanos meramente aun. Son aquellos que bien o mal, nos precedieron, y que con su indispensable presencia, a su modo, nos trillaron el camino que hoy recorremos sin más reparos en nuestro cómodo auto, atendiendo al equipo de música y al aire acondicionado quizás, sin mirar afuera, total, a mi no me gusta manejar, que siga el piloto automático.

Y quiero terminar con una frase de Belgrano, que, cuando la dijo en su lecho de muerte, le había impreso un significado triste, desalentador. Sin embargo hoy yo le quiero dar el significado que le daría un padre o una madre cuando se refiere a su hijo adolescente, que sufre, que padece, pero porque está pasando por una etapa de anarquía, de confusión, de crisis y caos, absolutamente necesaria para crecer y alcanzar la madurez. Belgrano dijo, hace 190 años casi: “¡Pobre Patria mía!”

Feliz Bicentenario de la Patria para todos, hasta la próxima…


© 2010 DIEGO PETRUSZYNSKI

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