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28 febrero 2013

SI ALCANZA, PARA MÍ.

Una niña mujer, de esas que hay tantas tristemente, se acercó a la reja del kiosco y apoyó sus delgados brazos en ella. Dos clientes la precedían y el kiosquero, risueño como siempre, conversaba efusivamente mientras atendía a uno de ellos. La niña mujer aguardó con la mirada perdida entre el colorido del anaquel de golosinas. De baja estatura, quizás porque todavía no había terminado de crecer, de contextura débil, vestía un pantaloncillo azul muy corto, una musculosa de hilo anaranjada también muy corta, sandalias plateadas con tímidos tacos. El pelo, trenzado, renegrido, y su piel tenía el extraño brillo y tonalidad del bronce añejo. Un par de aros de esos que se exhiben en mantas sobre la peatonal le adornaban las orejas. El kiosquero se acercó a la reja a entregar el pedido a uno de los clientes, ambos vociferaban en clave cómplice, carcajadas de por medio. La mujer del kiosquero apareció por el fondo a un costado y se dispuso a atender al segundo cliente mientras el kiosquero se despidió del primero y aún con la sonrisa estampada en el rostro viró hacia la niña. De reojo, observó que ella apretaba un puñado de monedas en su mano derecha, y con el tono festivo que todavía le quedaba de la conversación anterior le preguntó: “¿Sí, qué va a llevar señorita?”. La niña apenas alzó la mirada, extendió el brazo pasándole las monedas y susurró: “Tres pañales por favor”. De inmediato el rostro del kiosquero mutó, como si el pedido de la niña hubiera sido una palada de culpa sobre su sonrisa. “Cómo no”, le respondió ya más serio y giró la palma de su mano hacia arriba para que la niña le deposite las monedas. Se volteó hacia el fondo del kiosco para buscar el pedido, apenas dio dos pasos y la niña agregó: “Y un cigarrillo, si alcanza”. El tranco del kiosquero se sacudió, como si un mazaso le hubiera alcanzado la nuca; no lo tumbó sólo porque el kiosquero tiene una contextura importante, de cuerpo y de espíritu; pero sintió el golpe. Asintió con la cabeza mientras continuó hacia el estante de los pañalaes, tomó tres, giró hacia el mostrador donde estaban los cigarrillos y tomó dos. No contó las monedas, no quería saber cuánto había, aunque no parecían ser tantas sentía cómo le pesaban más de lo habitual en la mano. Embolsó los pañales y volvió hacia la reja. “Aquí tiene señorita”, le dijo mientras hacía pasar la bolsa por entre los barrotes y le pasaba los dos cigarrillos con la otra mano. La niña agradeció igual de tímida y sin levantar la mirada salió con cierto apuro perdiéndose en la oscuridad de la vereda mal iluminada. El kiosquero miró a su mujer, parpadeó cansino ambos ojos en un discreto gesto y ella apenas levantó el mentón con igual discreción, asintiendo. Él se fue hacia el fondo a un costado y salió por la misma puerta por donde había entrado su mujer. Metió la mano en el bolsillo de su camisa, sacudió un paquete de cigarrillos y extrajo uno. Tomó el encendedor del bolsillo de su pantalón y lo acercó al rostro, pero se detuvo. “Tres pañales”, susurró con el cigarrillo entre los labios y chispeó el encendedor: “...Y un cigarrillo”, agregó, y ya no tuvo coraje de encenderlo.


*Experiencia barrio, Corrientes Capital.

© 2013 DIEGO PETRUSZYNSKI

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