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10 diciembre 2013

De policías y protestas

Medir la pertinencia de un reclamo no es fácil, pasa más por el ojo del mensurador que por el fiel. Cada uno tiene sus motivos, para reclamar y para achacar ese reclamo, cada uno tiene su propia visión de qué es justo y qué no. Por eso, cuando el reclamo parte desde aquellos que deberían ser el ejemplo, el orden, la figura a seguir, el fiel mismo de la balanza, se complica aún más decidir en qué creer. Dicen que cierta vez a un comisario de un pueblo le había llegado la hora de jubilarse. Era de esos funcionarios más bien funcionales, en tiempos en que el mérito de alcanzar un cargo estaba estrictamente relacionado con la fidelidad a la divisa y casi para nada con la cantidad de luces con la que contara el aspirante. Al comisario le había llegado la hora, pero él no quería saber nada del asunto. Protestó una y otra y otra vez, estirando el trámite, hasta que en un momento tocó el final de la piola. Un delegado del Gobierno de la provincia llegó entonces a la comisaría de aquel pueblo alejado para tratar de convencer a ese hombre de la ley. Pensando que el anciano tenía temor a sentirse disminuido por pasar a ser un pasivo, el delegado comenzó procurando hacer entender al comisario de que una vez jubilado tendría tiempo libre para otras actividades de su interés. "¿Y para qué tiempo libre? ¿Si yo estoy bien así como estoy?", le respondió. Entonces, pensando que la preocupación quizás pasaba por otra cuestión, intentó hacerle entender de que su sueldo de jubilado le alcanzaría perfectamente para tener un buen pasar, lo que al fin despertó el verdadero motivo de aquella tozudez: "¿El sueldo? -preguntó el comisario- pero si el sueldo no me interesa, ¡lo que me interesa es el 'me llevo'!".


© 2013 DIEGO PETRUSZYNSKI

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