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16 marzo 2014

¡Che Alvear se hizo carne! O mejor dicho, papel. Así es, algunos de los mejores (?) textos que engalanaron y engalanan este blog fueron a prensa, editados por el mismísimo autor, y hoy forman parte de un libro.

En este post de Taringa pueden ver el paso a paso de esta experiencia 
http://www.taringa.net/posts/hazlo-tu-mismo/17651651/Hice-un-libro-y-te-lo-muestro.html

Y aquí pueden descargar el propio bicho pero en .pdf 
http://http//es.scribd.com/doc/212550578/Cuentos-pasajeros-y-otros-DIEGO-PETRUSZYNSKI

Gracias por pasar siempre por acá y alentar, aunque sea con sus silencios, estas ganas de transmitir. Se lo dedico a la humanidad toda (mirá si me voy a achicar). Saludos a todos!

© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

11 marzo 2014

El ciclo de la información: 
El periodista primero la consume, la mastica, la saborea, la deglute. La información se procesa, se digiere, se extrae lo mejor de ella, hasta que después de un rato hay un producto que está pidiendo para salir -producto, de un gran esfuerzo-. Es allí donde entra en juego el papel.
Entonces llega el momento en que se la puede revisar, observar minuciosamente, buscar el detalle; pero al final se la tira. Enseguida se nota que es efímera: al fin y al cabo padece de vejez inmediata.
Al día siguiente sucederá lo mismo. Pero chake, ¡menuda preocupación si un día no sucede! Aunque algunos la califican de desagradable, surge de un proceso totalmente natural, ergo, saludable. A cuidar el olfato -periodístico- y a no huirle al mal olor, que peor es no enterarse.


© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI
Vivir en la ilegalidad

Cuando pagamos por una revista, un diario, un libro, ese valor no sólo cubre el costo material del producto, sino que un cierto porcentaje corresponde a los derechos del autor. Es decir, cada obra-invento que se vende legalmente, es lucro para quien lo creó y/o lo distribuye. Esta regla básica del mercado no excluye al software.
Sin embargo, en Argentina (como en la mayoría de los países en vías de desarrollo), la piratería informática está a la orden del día, y al parecer, no nos molesta. Quizás no nos parezca tan inmoral utilizar, consumir, productos protegidos por derechos de autor pero que han sido oportunamente pirateados mediante copia, modificación y/o distribución ilegal.
El software privativo por excelencia es el sistema operativo Windows, de la empresa estadounidense Microsoft, propiedad de Bill Gates (empresario que llegó a ser el hombre más rico del mundo a finales de los años 1990 y principios del 2000).
Windows, y la gran variedad de software producido por Microsoft, encabezan la lista de software pirateado. Es muy probable que la PC que usted utiliza en su casa cuente un Windows ilegal, o más de un programa o aplicación en estas circunstancias.
Pero, si el software privativo no es la única alternativa, ¿por qué lo seguimos utilizando? Porque desde el comienzo mismo de la informática personal, cuando la computadora casera era un mero hobby, ya existía el software colaborativo, que más tarde devino en lo que hoy conocemos como software libre o licencia GNU/GPL.
Si contamos con esmerados productos que son totalmente libres para utilizar, copiar, modificar, distribuir, que son de excelente calidad y brindan las mismas o superiores prestaciones con respecto a ciertos softwares privativos, la pregunta surge nuevamente ¿por qué seguimos usando estos últimos? Y la respuesta es fácil: por comodidad.
Salvo algunas muy pocas excepciones (que desconozco, pero intuyo), en la mayoría de los ámbitos donde se utilice o se enseñe computación, este término es totalmente indisociable de las palabras Windows, Word, Internet Explorer, Microsoft y similares. Son todas palabras que refieren a software privativo, es decir, que se venden bajo una licencia o contrato de utilización.
Si usted compra un libro, una novela, un cuento ¿debe pedirle autorización al autor para prestárselo a su vecino? Y si usted quiere resaltar pasajes del texto con un fibrón, ¿puede hacerlo o debe pedir autorización? No, no tiene por qué hacerlo, porque desde el momento en que usted lo adquiere, ese producto es suyo.
Obviamente no puede copiar y atribuirse la autoría de esa obra, eso es ilegal. Pero el software de licencia GNU/GPL es libre de copia, modificación y distribución. O sea, que usted puede tomar un programa de software libre, modificarlo, agregar su nombre a la lista de autores, traducirlo, mejorarlo, copiarlo en un CD o cualquier otro medio o soporte, o transmitirlo vía internet, y regalárselo a quien usted quiera, sin ningún prejuicio para el autor original.
Quienes se encuadran en la filosofía del software libre, no tienen por objeto el lucro, ni mucho menos la dominación del usuario por parte de un código cerrado y privativo. Esta filosofía promueve la solidaridad y la humildad, pues se considera que quien tenga aptitudes como para mejorar nuestra obra, puede hacerlo perfectamente y distribuirla bajo su nombre, siempre respetando y señalando la procedencia del producto original, por una cuestión de honor meramente.
El software libre es moralmente correcto. No se piratea, se comparte de corazón y sin restricciones. El software privativo promueve el individualismo y lucra con la falsa venta de productos, que en realidad no pertenecen por completo al usuario, sino que la empresa que lo codificó se guarda la llave para retocar, modificar o arreglar el software.
Los usuarios de software libre tenemos la conciencia limpia, no robamos a nadie. Usted, ¿está regla con la ley?


© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

10 marzo 2014

Génesis

Cierto día el Señor percibió su existencia un tanto pululante por un éter de rancio aroma, y recordó viejos tiempos, los primeros, cuando libró su gran gesta fundacional del cosmos y el edén. Entonces, sintió el Señor deseos de volver a experimentar el placer de aquel poder creador, aunque sólo sea para afinar el extremo de una banal y fuitiva insistencia. Se dispuso el Señor a pesquisar un sitio impoluto, digno de ser impregnado por su toque, así como el consagrado escultor busca un puñado de barro para moldear una delicada figurilla. El Señor halló en buena hora un lugar, lo recorrió con todos sus sentidos en todas sus dimensiones, y lo calificó de muy bueno. Allí se dispuso pues a separar las aguas mansas y cristalinas de las turbias y presurosas; a las primeras llamó Aguapey, y a las segundas Uruguay. Separó las tierras en grandes masas, las rojizas al norte y las negruzcas al sur, y allí en el lugar hallado formó la frontera, marmolada, e incluyó también blancas arenas y áureas arcillas. Propició el sitio para que el verde predomine en el paisaje, desde el raz hasta en las alturas con frondosos árboles, y tomando al arcoiris lo tomó y lo convirtió en coloridas y variadas flores y frutos. El Señor se detuvo por un momento, buscó perspectiva, observó lo que venía haciendo y le pareció bueno. Entonces decidió poblar aquel nuevo edén con seres andantes; comenzó por los más libres, las aves, y no escatimó en ellas. Pero abundó también en otras tantas especies, de insectos a peces, que hasta le dio al lugar roedores de los más grandes jamás creados, entre otras maravillas. El Señor volvió a observar lo que había hecho y le pareció aún mejor que antes. Finalmente el Señor decidió que ese lugar era apropiado para que lo habiten seres a su imagen y semejanza, y les permitió a ellos allí afincarse, con sus pertrechos y sus costumbres. Pero a estos seres los hechizó, les impuso el deseo de volver siempre a ese sitio cada vez que se alejaran. Volvió a observar el señor, por tercera vez, lo que había hecho, y sintió que era suficientemente bueno, se sintió satisfecho. Los que por gracia de él a ese sitio llegaron, lo conocen como Alvear, pero no todos estaban al tanto, ahora sí, de que en realidad es una obra divina en la Tierra, inspirada en el paraíso mismo.

© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI


Qué habrán visto tus ojos, señora, qué habrán visto. Qué sustos habrán desteñido esos cabellos, qué historias habrán ajado esa piel, qué pasado indecible llevas en tus labios, qué pasado. Tanto cielo en tus ojos, cielo que alguna vez no te dejaron ver, que te arrancaron junto con tu futuro, qué futuro. Pero cuánta esperanza anida en lo hondo de tu mirada, cuánta candidez esboza la sencillez de tu sonrisa, siempre buena con tu andar cansino, eterno, pensativo y amable. Loca te decimos sin saber, pero loca te decimos con cariño, loca linda, Amalia, personaje, historia viva de mi Alvear.

*Amalia Figueredo, alvearense, estudiante sobresaliente de Ciencias Económicas de la UNNE, fue secuestrada y torturada por un grupo comando durante la última dictadura militar. Sobrevivió. Su hermano Raúl corrió otra suerte: es uno más de los detenidos/desaparecidos de la historia argentina reciente.


© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

Viajar viajando



Todo viaje comienza en la mente: entre pensar en lo mínimo e indispensable, preparar los menesteres necesarios, prever situaciones, desear situaciones, planificar la ruta, intuir experiencias, desafiar peligros, enfrentar desafíos, respirar aventura, sentir paso a paso lo que todavía no sucedió -y quizás nunca suceda- para finalmente darse cuenta de que todo estará librado al azar... Poder imaginarse todo eso sin siquiera moverse del lugar significa que el viaje ya comenzó. Lástima que la mayoría de las veces, allí donde comenzó, terminó. Ese mundo recorrido, visto con los ojos cerrados, nunca fue sentido con las manos, nunca fue real. Pero a no decaer, a fin de cuentas la imaginación es la más barata y a veces satisfactoria agencia de viajes; lo importante es que el espíritu de salir a conocer, la curiosidad, está allí, escondido detrás de los ojos. Es cuestión de incentivarlo a que pierda la timidez, abandone su escondite, a que salga, corra y grite "¡piedra libre!". Puede ser hoy, ya mismo, como mañana, el mes que viene o dentro de diez lustros. Mientras, a seguir imaginando. ¡Salud, viajeros imaginarios!

© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

01 marzo 2014

Nos pasa a todos.

Recuerdo haberla visto por primera vez sentada en un banco de la parada de en frente, esperando su transporte. De más está decir que era hermosa. La postura recta, gallarda, las manos juntas entre las rodillas, la mirada hacia un costado, mentón levemente alzado, sonrisa discreta constante; la mirada lejana pero atenta, cautivante en su conjunto. Un día la vi vestida de celeste, otro día de verde claro, pero evidentemente el beige era su color preferido. Era perfecta, demasiado, tanto que me intimidaba. La sentía tan lejana e inalcanzable. Día tras día, durante semanas, la veía y la contemplaba, intentaba convencerme de que no era de otro mundo, que no cayó del cielo, que era terrenal. Pero no podía, no podía creer que una criatura tan delicada pudiera coexistir con nosotros, simples mortales. Me faltaban evidencias para hacerlo. Más semanas y hasta meses me pasé así, mirándola de lejos, elucubrando. Hasta que un día, un día inusualmente caluroso de otoño, recuerdo, en mi habitual contemplación de cinco o diez minutos que compartíamos de espera noté un particular movimiento que me llevó a entender todo de golpe. De repente una bendición en forma de viento le acarició el rostro dibujándole olas en los cabellos. Con una elegancia admirable, realmente, sentada como siempre con las manos entre las rodillas, ella se inclinó levemente hacia un costado, extendió un poco más el cuello, la sonrisa se le apretó apenas acompañada de un gentil parpadeo, para enseguida acomodarse de nuevo a la posición anterior en relajado retorno. Jamás imaginé tal galanura y delicadeza para -¿echar?, no- ofrendar al éter una flatulencia. Un profano y mundanal gas. Prueba suficiente de que, como deseaba, estaba yo equivocado y sí, ella era de este mundo. Así fue como me acerqué a hablarle, por primera vez, y ese fin de semana compartimos unos mates con anís mientras hablamos... cosas sin importancia.

© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

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