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10 marzo 2014

Génesis

Cierto día el Señor percibió su existencia un tanto pululante por un éter de rancio aroma, y recordó viejos tiempos, los primeros, cuando libró su gran gesta fundacional del cosmos y el edén. Entonces, sintió el Señor deseos de volver a experimentar el placer de aquel poder creador, aunque sólo sea para afinar el extremo de una banal y fuitiva insistencia. Se dispuso el Señor a pesquisar un sitio impoluto, digno de ser impregnado por su toque, así como el consagrado escultor busca un puñado de barro para moldear una delicada figurilla. El Señor halló en buena hora un lugar, lo recorrió con todos sus sentidos en todas sus dimensiones, y lo calificó de muy bueno. Allí se dispuso pues a separar las aguas mansas y cristalinas de las turbias y presurosas; a las primeras llamó Aguapey, y a las segundas Uruguay. Separó las tierras en grandes masas, las rojizas al norte y las negruzcas al sur, y allí en el lugar hallado formó la frontera, marmolada, e incluyó también blancas arenas y áureas arcillas. Propició el sitio para que el verde predomine en el paisaje, desde el raz hasta en las alturas con frondosos árboles, y tomando al arcoiris lo tomó y lo convirtió en coloridas y variadas flores y frutos. El Señor se detuvo por un momento, buscó perspectiva, observó lo que venía haciendo y le pareció bueno. Entonces decidió poblar aquel nuevo edén con seres andantes; comenzó por los más libres, las aves, y no escatimó en ellas. Pero abundó también en otras tantas especies, de insectos a peces, que hasta le dio al lugar roedores de los más grandes jamás creados, entre otras maravillas. El Señor volvió a observar lo que había hecho y le pareció aún mejor que antes. Finalmente el Señor decidió que ese lugar era apropiado para que lo habiten seres a su imagen y semejanza, y les permitió a ellos allí afincarse, con sus pertrechos y sus costumbres. Pero a estos seres los hechizó, les impuso el deseo de volver siempre a ese sitio cada vez que se alejaran. Volvió a observar el señor, por tercera vez, lo que había hecho, y sintió que era suficientemente bueno, se sintió satisfecho. Los que por gracia de él a ese sitio llegaron, lo conocen como Alvear, pero no todos estaban al tanto, ahora sí, de que en realidad es una obra divina en la Tierra, inspirada en el paraíso mismo.

© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

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