¿HACIA DONDE VA…?
Camina cabizbaja, su detalle mal cuidado. Las piernas simplemente se arrastran acariciando ásperamente el suelo mientras que sus brazos, simples depositarios de su propio peso, son colgajos inmóviles que la acompañan a la par de su torso. Harapos rotosos son los que cubren su vergüenza.
Abriendo el plano, criaturas melancólicas, gastadas sus partes por el constante roce contra el pedregal que cubre el camino, gimen, murmuran, conspiran, se desangran, se aferran a su pierna. “¡Madre!”, le dicen, mientras los que más tiempo habían permanecido agarrados, cada vez con menos fuerzas se iban desprendiendo sin despedirse.
Ella no los mira, simplemente camina con sus ojos perdidos, nublados, como si mirara en su interior la proyección de sus recuerdos más fétidos, y hasta parece que de eso se alimenta. Recuerdos que se van acumulando tiempo tras tiempo en un círculo vicioso que solamente se expande.
Desfila por entre la gente, sus hijos también. Todos saben y al mismo tiempo ignoran el porqué de la desdicha de su madre. Los que se van arrastrados, convertidos en repugnantes seres, se arrepienten muy tardíamente de sus actos, antes de desprenderse; algunos ni siquiera lo hacen. Mientras tanto, ella solo sigue.
Los grotescos seres en los que se han transformado los parásitos que la acompañan prendidos, han sido tiempo atrás parte de los que ahora le miran pasar. Jamás se les ha ocurrido la idea de ayudar a sus hermanos o de atender a su madre. En ella, en su mente diminuta, no cabe el concepto de responsabilidad, lo ha perdido enviciándose con sus recuerdos, los que sus hijos aumentan constantemente.
De repente, uno de sus espectadores que se encuentra más adelante en el camino se desploma, y permanece inmóvil esperando el pasar de lo que considera su último transporte, y lanza sus garras sucias a las piernas desnudas de su madre para así permanecer un tiempo más, hasta su final. Es un grano de arena más en la pesada bolsa escorial de escarmientos.
Los hijos aún sanos no se percatan de que algunas de las acciones que ellos mismos cometen, los lleva a transformarse en el espectáculo que tanto temen, pero que no pueden dejar de observar. De entre ellos, algunos gozan de abundante comida, otros se comen a sí mismos. Algunos respetan la vida, propia y ajena, otros caen en el despilfarro, los vicios y la idolatría, llegando a lastimarse o lastimar a sus semejantes. No son ajenos a los peligros y el pecado de sus acciones, tan solo los niegan y no permiten que el ejemplo de paso a la prevención, pues eso significaría sanciones al libertinaje.
Quienes aún creen que los buenos valores significan salvación, son vistos como idiotas, y mientras los autodenominados inteligentes pasan por delante mirándolos con la ceguera típica del soberbio, se estrellan contra las marginalidades que los tontos pregonan evitar. No admiten la razón, les domina la arrogancia, ya que en tiempos anteriores el convencimiento de que nunca les ocurriría una tragedia, los llevaba a tentar el destino. Tan solo se prenden del recolector de penurias que transita eterno, y se van pensando en qué de su entorno ha sido el culpable, sin percatarse de que ellos mismos están en infracción.
Algún día se darán cuenta de que su madre, es creación de ellos mismos y no es más que un espejo del promedio de sus acciones. Algún día descubrirán, que con solo ayudar a sus hermanos, su madre se repondría, pues lo único que desea es el bienestar de sus hijos. Ella se llama Sociedad, y los hijos que arrastra, son sus problemas.