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16 junio 2014

La previa

El miércoles 4 de junio de 2014, sin querer queriendo, junto a un amigo nos vimos vueltos en espectadores del preludio de una jornada penosa para la provincia del Chaco. La Multisectorial chaqueña, representantes de pueblos originarios y otros sectores sociales y políticos reclamó la renuncia del gobernador en funciones Juan Carlos Bacileff Ivanoff. Alrededor de 3.000 manifestantes se movilizaron ese día hasta la plaza 25 de mayo y fueron reprimidos más tarde por la policía de la provincia, a instancias del Gobierno. Fue noticia.

Estruendos
Fue un día nublado, de mucha humedad, con probabilidades de lluvia. Un día frío y pesado. Casualmente, y por razones de estudio, con mi amigo cruzamos el puente desde Corrientes para hacer algunas averiguaciones en Resistencia, con total desconocimiento de que ese día estaba prevista una marcha de protesta al centro de la capital chaqueña. El primer indicio sucedió cuando el colectivo, ramal Barranqueras, torció su recorrido sobre el final del trayecto para desviar la primera concentración de manifestantes que se estaba haciendo frente al Hospital Perrando.
Cuando alrededor de las 9.30 atravesamos la enorme plaza principal 25 de mayo nos encontramos con un operativo policial en plena formación. Un par de cientos de uniformados bullían en las inmediaciones de la Casa de Gobierno y formaban filas hombro con hombro, provistos de cascos, escudos y cachiporras, cortando la calle frente a la Casa de las Culturas.
El primer reportero gráfico recién llegaba al lugar. Un señor, bicicleta a un costado, subió a la plaza en la esquina de Alvear y Mitre, precisamente entre ambos edificios icónicos. Miraba azorado a su alrededor el espectáculo del orden y reía con ironía.
- ¡¿Qué se esto!? ¡Vamos a invadir Irak o qué! Una vergüenza, ni que estuviéramos en la dictadura, una vergüenza! ¡En plena plaza!
Entre pitidos de algunos agentes que desviaban el tránsito de la calle para preparar el operativo se oyó la primera bomba de estruendo. Por la atmósfera baja, el sonido retumbaba con especial fuerza. Era el eco de la masa que se acercaba marchando por la avenida 9 de Julio.
El operativo de tránsito en marcha y los automovilistas que por cuenta propia comenzaron a evitar el microcentro hicieron que el bullicio típico de una ciudad capital pareciera apaciguarse. Hasta que un segundo estruendo recordó por qué cada uno estaba donde estaba.
No había humo perceptible entre las nubes, ni olor a pólvora por la distancia y poco viento, pero sí el sonido que estremecía por momentos al aire húmedo y denso. De a poco el megáfono se oyó más cercano. Los vellos de los brazos bajo la pesada campera se estremecían, tenían que, ante el ruido esporádico. Las miradas fijas y disciplinadas de algunos de los policías se turbaban en milisegundos; un espasmo de párpados, un apriete de manos al escudo. Era tensión.
Habrán sido seis bombazos en la lejanía hasta que la primera columna alcanzó el flanco suroeste de la plaza y la masa cobró rostros, banderas y bombos.

Alianza
            Una unión, un pacto, un acuerdo para ir juntos a por metas comunes. El Estado es una alianza entre gentes, es lo que aglutina a una sociedad, en la que unos resignan y otros administran.
A medida que se acercaba la marcha de protesta, contra el gobierno, contra el jefe del Estado, se consumaba una nueva rotura de una alianza. En la manifestación, formada por representantes de muchos sectores, por los que reclamaban salarios y los que reclamaban dignidad, había una alianza. Habían reivindicaciones circunstanciales y las históricas, estructurales, las de los pueblos originarios pidiendo que dejen de expulsarlos de sus tierras, de diezmarlos, de someterlos. En la policía, formada en el muro ¿humano? que evitaría que la protesta llegue a la casa de Gobierno, había también una alianza; entre los uniformados, con el gobierno de turno. En lugar de un solo pacto social, varios pactos.
Había un policía joven, de mirada honda, despersonalizado en el uniforme, en la fila de uniformes uno al lado del otro, de agentes del Estado hombro con hombro dispuestos a defender al Estado de los ciudadanos. Tenía algo que lo distinguía, un detalle mínimo a la vista: en su mano izquierda, apoyada sobre el escudo y sosteniendo junto con la derecha la cachiporra, tenía un anillo, una alianza.
¿Cómo habrá salido de su casa ese día ese policía, esposo, ciudadano? ¿Pensó esa mañana cuando se despertó que ese día le podría dar un cachiporrazo a, quizás, su vecino, su primo, su conciudadano? ¿Lo habrá pensado quizás el día en que ingresó a la academia de policía buscando un sueldo estable a falta de otro trabajo? ¿Se habrá imaginado cuando le dijo “sí” a la persona a la que ama, que algún día podría volver a su casa para encontrarla después de haberle reventado la cabeza a un díscolo del sistema opresor?
En el brillo de ese oro sólido y pulido, contrastado por la opaca y frágil carne del que lo portaba, ya se podía ver el reflejo de la turba acercándose, con pancartas, bombos, palos y cascotes para enfrentar a las cachiporras y las ithacas.

Loca Libertad
            Libertad, con mayúscula.
            Mientras se callaban las calles y sonaban los bombos y bombas, y la policía se ponía firme en la trinchera infranqueable, todavía habían transeúntes inconmovibles que deambulaban por la gran plaza-parque.
            Una señora mayor y humilde caminaba por la vereda de la plaza al encuentro de la fila policial. Unos diez pasos antes de toparse con ellos, la señora, que traía una bolsa negra quizás con sus aperos, la dejó en el suelo, se palpó el vientre, se levantó el pulóver y se bajó el pantalón jogging. La señora dobló la espalda inclinando la cabeza hacia abajo mientras bajaba el pantalón hasta los tobillos y apuntando sus blancos glúteos hacia los uniformados eyectó una chirriante descarga de orín.
            En ese momento en el lugar habían alrededor de quince reporteros gráficos, unos cinco empleados de la Casa de la Memoria parados al abrigo de la parada de colectivos deliberando sobre la protesta que se avecinaba y el accionar policíaco. Lo mismo hacían algunos tertulianos del bar de la Casa de las Culturas mientras saboreaban un expreso.
            Ninguno, ni los policías, ni los reporteros, ni los empleados o los comensales se inmutaron. ¿Por qué habrían de hacerlo? La Libertad es libre.
La descarga de la señora no habrá durado más de diez segundos. Concluyó y se subió el pantalón nuevamente, se bajó el pulóver, tomó de nuevo su bolsa y volvió por donde había venido.
Fue simple, quizás inconciente, pero todo un acto de transgresión. Lo hizo exactamente en frente del cordón policial, en sus narices. Allí quedó, sobre las lajas de la vereda, la mancha húmeda y vaporosa de la rebeldía. Unas horas más tarde, en esas inmediaciones, habría sangre de manifestantes y uniformados, producto del tumulto, la agresión y la represión. Pero esa viejita fue la única verdaderamente libre, (des)alienada.

“Que se vayes”
            La protesta fue movilizada por la “Multisectorial”, que es como se conoce a la agrupación de sindicatos, partidos y organizaciones sociales que aglutina los reclamos en contra de la política del actual Gobierno. La heterogeneidad de la agrupación es tanta como la diversidad de reclamos que levantan.
            Desde un principio no fue difícil notar a las dos grandes facciones que componían la masa manifestante: la de los empleados estatales con UPCP a la cabeza, y la de los pueblos originarios Qom y Wichí. La manifestación era una sola, pero los reclamos eran varios. Por un lado, los estatales al mando de un equipo de sonido insistieron en que no se suba a la plaza, que se permanezca en la calle, ya que la plaza calificaba como espacio público y era factible que ser desalojable. Pero la masa de los pueblos originarios, venidos en colectivos de distintos lugares del interior más profundo del Chaco, no oyeron este pedido y avanzaron por la plaza con la intención de rodear el cordón policial. Se toparon con la rápida movilización de la policía montada, que formó un arco de contención a un costado de la estatua del General San Martín.
Un acto se desarrollaba en la calle, con camión de sonido y palco improvisado; el discurso: salarios dignos con un aumento realista, mejores condiciones de trabajo, detener la inflación, etcétera. Otro acto era en la plaza, con un megáfono: los originarios pidieron que dejen de matarlos, que no los echen más de sus tierras, que no las vendan a extranjeros, que los atiendan, los curen. Denunciaron cinco siglos de genocidio, a veces directo y otras, como ahora, encubierto.
Un referente de la comunidad Qom de Juan José Castelli fue conciso –en su tosco español que, como queda claro, no es su lengua materna: “Si no saben gobernar, que se vayes”.
- Policías, gobierno del Chaco, diputados, somos originarios: 522 años de opresión de todos los gobernantes en este Chaco. Hemos sofrido. Cuando estaban los militares, cuántos compañeros que han muerto y hoy vuelve este gobierno, quiere matar a los pueblos originarios. Hay una política oculta que tiene este gobierno. Si él no sabe gobernar que se vaye. Que se vaye este gobierno. Nosotros no vamos a enfrentar porque ustedes están en poder, ustedes tienen su vida, pero los indígenas no tienen, somos pobres. Somos los últimos pobres de la Argentina. Este 522 años, cuando se fue Capitanich fue firmado un convenio con los árabes, para entregar más de 120.000 hectáreas para los árabes. Por eso, acá están los pueblos, la frontera de Chaco. Porque aquí están oro, por eso los gobernantes quieren que se terminen los originarios, eso es que no queremos. No permitimos. Señor gobernador de la provincia, basta de presiones. Y acá, este gobierno del corazón [Nota: un corazón rojo fue el símbolo de campaña del actual gobierno], son faraones. Quieren que los pobres se arrodilla a la política de él pero nosotros no, debemos recuperar lo que nosotros perdemos. No tenemos aguas, no tenemos montes, fue entregado todos. Entregado todo a los terratenientes, nuestra tierra, nuestro territorio. Por eso venimos acá, nosotros no vamos pelear con ustedes, queremos una solución. Y si no tienen solución, ¡que se retire este gobiernos! Todo el pueblo del Chaco, acá estamos los trabajadores. En la zona del impenetrable no hay salud, no hay ni jeringas, los hermanos están sufriendo, no están dando la polentas, solamente agua. Eso es lo que quiere el gobernador, para que nos vayemos, para que los sojeros que vengas. Ese el que quiere el gobierno. Pero nosotros no, no permitimos, más vale que se vaye él si no sabe gobernar. Quiero un diputado que venga acá, tienen que hacer algo los diputados, porque cuando hay política se van donde están los pobreríos y hoy los diputados tienen que estar en esta plaza. ¡Que se vaye este gobierno!.
La Multisectorial pedía a altavoz que no se suba a la plaza, la intención no era confrontar con la policía, no era buscar pleito, perecería. Aún así, hubo manifestantes de los pueblos originarios con cascotes y palos, sosteniéndolos a sus espaldas mientras avanzaban a ceño fruncido en dirección a la montada. Un adolescente con rasgos indígenas, de buzo con capucha, sostenía un palo entre las manos. Estaba parado junto al referente Qom mientras daba su enfático discurso, megáfono en mano. El joven tenía la mirada totalmente perdida. La boca entreabierta, babeante, cada tanto esbozaba un atisbo de sonrisa y se bamboleaba de un lado al otro.
En otro de los discursos, otro referente de los pueblos originarios fue flagrante:
- Esto gobernador, le puedo decir, es traficante de drogas la policía, que usted le manda para que usted vende la droga en la capital de Chaco.
Junto al hambre, la sed y las epidemias de enfermedades infectocontagiosas, los estupefacientes se suman a este cocktail de vejaciones a la dignidad de un pueblo, que con la indiferencia del Estado y de la sociedad terminan de coronar el sostenido genocidio que ya lleva 522 años. Los indios no solo son pobres, excluidos, vilipendiados, ahora también los jóvenes se drogan. Los ancianos piden ayuda: no quieren que les pase eso a sus hijos, a sus descendientes, a las semillas de su identidad histórica; y la respuesta que obtienen es más represión sistémica, simbólica y material, exclusiva. La miseria humana del neoliberalismo en su máxima expresión.

El chicle de la patria
            No, no el cliché: el chicle.
            El cordón de infantería de la policía del Chaco iba desde la vereda de la Casa de las Culturas, atravesaba la calle Alvear, subía a la plaza hasta unos 20 metros antes de la estatua ecuestre del General San Martín, en el centro. Entre esta y los policías de a pie, completaban la formación un arco de policías a caballo.
Los aperos de estos, por cierto, se correspondían más a los de la labor rural que a los de una fuerza del orden. Agrupaciones tradicionalistas tenían más uniformidad y presencia que los de la montada del Chaco. Algunas riendas eran de cuero, otras de nylon. Algunas monturas de gomaespuma de colchoneta, otras forradas, pocas verdaderamente apropiadas. Poca prolijidad para una división de una fuerza del orden.
Detrás de la formación, sobre la calle y frente a la Casa de las Culturas, un camión hidrante preparado para lavar a presión los motivos de la protesta. Por un costado del camión chorreaba un hilo de agua, una fuga que discurría por el asfalto hasta la cuneta y se esparcía por ella. En el Impenetrable, de donde venían muchos de los Qom y Wichís que se manifestaban a escasos 50 metros del camión, ese hilo de agua vale oro. En el interior del Chaco, donde el acueducto no llega más que en forma de eterna promesa, denuncian que la falta de agua mata. En Resistencia, el gobierno dispuso miles de litros de agua para que, en caso de ser necesario, se acalle a esa denuncia.
            Entrado el mediodía, la Multisectorial se dispuso a –recién- comenzar formalmente el acto. Para ello, por el altavoz se invitó a todos a entonar el Himno Nacional Argentino.
“¡Libertad, libertad, libertad!”, “ved en trono a la noble igualdad”, “al gran pueblo argentino ¡salud!”. Solo un par de policías comenzaron a cantarlo. Ante la falta de acompañamiento de sus compañeros, al cuarto verso se callaron. Una espiral de silencio obró sobre los uniformados. La solemnidad de sus rostros impasibles debiera competir con la solemnidad de las estrofas del himno, quizás, pero no había chance: al menos ocho de cada diez policías mascaban chicle. Lo mascaban desde antes, sí, pero incluso en el momento en que sonaba el himno, la canción patria, esa que juraron defender, esa que cantaban en ese preciso momento y frente a sus narices aquellos que pedían dignidad, aquellos a los que momentos después harían sentir la solidez de sus bastones.
            El cordón policial tenía a sus espaldas a la Casa de Gobierno. Le ponía sus pechos a los ciudadanos disconformes, que peticionaban y protestaban, que querían llegar a la casa pública. En el centro de la plaza, la estatua de San Martín, el padre de la Patria, rodeada en su base por aborígenes, el origen de la patria. San Martín, en vida, marcó un camino; su estatua, allí, apuntaba hacia la Casa de Gobierno. Casualidad.
            Es un cliché decir “patria” con solemnidad como símbolo de unión de un pueblo, de sus valores, de sus principios. Pero el símbolo para algunos se había vuelto chicle: elástico, absorbido en su esencia a mordiscos y finalmente escupido y pisoteado.


El testimonio se correspondió con las horas previas al brutal desenlace. Alrededor de las 13, junto a mi amigo decidimos abandonar el lugar, con recelos sí, para continuar con otras tareas que nos apremiaban. No muchos minutos después la manifestación fue fuertemente reprimida en la plaza 25 de Mayo de Resistencia, con balas de goma -y de las otras, denuncian-, gases lacrimógenos y agua a presión. El saldo de la faena fue de más de 12 detenidos, al menos 50 heridos, entre otras amarguras. Fue noticia. 

© 2014 DIEGO PETRUSZYNSKI

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